Actividad de reflexión en clases. Filosofía Grado: 11
- Con la siguiente lectura que se harán en clase en mesa redonda, se sacaran algunas reflexiones y conclusiones al respecto en el conversatorio y la socialización.
Cómo producir
mejores políticos
La política española sufre unas
evidentes carencias en todos los órdenes: escasea la confrontación de ideas y
el debate racional mientras avanza la corrupción, la pérdida de credibilidad de
las instituciones y la tendencia a la adopción de medidas llamativas y
cortoplacistas, sin que existan proyectos serios de largo plazo ¿Cuáles son las
causas de este deterioro? Creo que la clave se encuentra en un erróneo diseño
de nuestro sistema político.
Para que un sistema democrático
funcione correctamente no basta con que los ciudadanos puedan votar y exista un
régimen multipartidista. El voto constituye un control último de los electores
a los gobernantes contra la tendencia al abuso y a la arbitrariedad, pero este
control resulta muy indirecto y su ejercicio demasiado dilatado en el tiempo.
Una democracia necesita, además, otros elementos que impongan unos límites
claros al ejercicio del poder y establezcan unos mecanismos de control
permanentes:
1. Una separación de poderes
efectiva entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que establezca unos
sistemas eficaces de vigilancia mutua y control entre ellos.
2. Un sistema directo de
representación y exigencia de responsabilidades a los representantes.
3. Unos mecanismos adecuados de
selección de los políticos, obligándolos a someterse previa e individualmente
al escrutinio público.
4. Una prensa libre e
independiente que proporcione la información veraz con la que los votantes
puedan elegir.
Resulta bastante discutible que
el sistema político español cumpla alguno de estos cuatro requisitos. La
separación de poderes ha desaparecido en la práctica y los mecanismos de
control del poder político hace tiempo que no funcionan correctamente; el
principio de representación apenas existe, los sistemas de selección de los
políticos resultan perversos y la prensa es cada día más dependiente del poder.
En España, no existe un poder
legislativo independiente. Las decisiones importantes las toman las direcciones
de los partidos políticos y las trasladan al Parlamento a través de la
disciplina de voto. El Legislativo no lleva a cabo, en la práctica, ninguna de
las funciones que tiene encomendadas: ni controla al Gobierno, ni hace las
leyes, ni ejerce la representación de los ciudadanos. No controla al Gobierno,
pues el voto de cada parlamentario no depende, en absoluto, de cuál haya sido
la acción del Gobierno. Las leyes las hace en realidad el Ejecutivo y ordena a
sus diputados votar a favor. Si el partido del Gobierno no tiene la mayoría, el
Ejecutivo suele comprar a otros partidos minoritarios los votos que le faltan,
a cambio de generosas y arbitrarias concesiones.
Tampoco existe la representación
directa. El sistema electoral se ha caracterizado por la total ausencia de una
relación directa entre elector y elegido: no se vota al candidato sino a listas
cerradas que elaboran las direcciones de los partidos políticos. No hay control
de los ciudadanos hacia su representante pues, por lo general, nadie sabe quién
lo representa en el Parlamento (nacional o autonómico). El parlamentario
individual no puede tener criterio propio, se convierte en una máquina de votar
lo que le ordenan: ya no ejerce como representante de sus electores sino de la
dirección de su partido. También es explicable que los debates en el Parlamento
carezcan casi por completo de argumentos, ya que no hay que convencer a nadie:
todos actúan por disciplina de voto. En conclusión, debido al sistema de
elección por listas cerradas, el Parlamento deja de representar la soberanía
popular para representar la voluntad de las cúpulas de los partidos.
Partitocracia es el nombre que
describiría mejor el funcionamiento del sistema político español. Se trata de
una estructura política en la que son las direcciones de los partidos (y no los
ciudadanos) las que deciden quiénes serán los representantes y las que ejercen
un control estricto sobre los miembros del Parlamento, de manera que estos no
pueden tener criterio ni decisión propia. Dado que gran parte de los órganos de
decisión del Estado son «nombrados» por el Parlamento, esta preponderancia de
las direcciones de los partidos se traslada a muchos otros órganos. Así, la
partitocracia acaba vaciando de contenido una buena parte de los órganos del
Estado, porque las decisiones que estos órganos toman formalmente ya se han
adoptado previamente en otros ámbitos. La separación de poderes desaparece de
hecho pues suele ser el jefe del partido mayoritario (generalmente también jefe
del Ejecutivo), quien las toma realmente, aunque estas instituciones sean
formalmente independientes. Además, debido a que los partidos políticos carecen
de democracia interna, el Estado queda dominado por unas estructuras
burocráticas sin control interno y un control democrático externo demasiado
débil. Ante esta falta de mecanismos de control, la corrupción y los abusos
tienden a generalizarse sin que haya forma de ponerles freno.
El sistema español también
produce una selección perversa de los representantes y gobernantes, ya que los
criterios que acaban contando para ser diputado (nacional o autonómico) o
concejal no son necesariamente la valía personal o profesional ni la confianza
de los votantes en esa persona, sino otros como la lealtad al líder o una larga
permanencia en el partido. Se fomenta así la creación de una casta de políticos
que hacen del cargo su forma de vida. El mantenimiento en el poder se convierte
en el objetivo primordial de la acción política y la discusión entre proyectos
políticos se sustituye por una lucha encarnizada por el reparto de los puestos.
Finalmente, la lucha partidista se extiende a una buena parte de la sociedad
civil a la que los partidos intentan controlar. En el caso de la prensa, el
control se ejerce a través de la publicidad institucional y de las concesiones
administrativas a los medios audiovisuales. En definitiva, la independencia de
la prensa y de los medios se ha ido reduciendo de forma alarmante en los
últimos años.
No son pocos los motivos para
plantear, de forma urgente y sin complejos, la necesidad de acometer unas
reformas que fomenten una representación más directa de los ciudadanos,
garanticen una efectiva separación de poderes, provean un eficaz sistema de
selección de los políticos, establezcan eficaces mecanismos de control del
poder y eviten la influencia de los gobernantes en los medios de comunicación.
J. M. Blanco, «¿Por qué no funciona nuestro sistema político?», en El confidencial, 12 de enero de 2009.
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